Si uno lo piensa, en el actual mundo de revoluciones hiperactivas, una cosa tan cotidiana como la ropa es de lo que menos ha evolucionado. Los botones se atan de la misma manera que hace medio siglo y tres cuartas partes de lo mismo con las cremalleras. Sorprende cómo tecnología y vestimenta se han mantenido aisladas. Las excepciones, un puñado de prendas con pantallas, diodos o sensores para monitorizar alguna que otra constante vital. Nada a gran escala.
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